Translate / Traductor

miércoles, 10 de febrero de 2016

The Knick (Temporada 2 en un impás)

The Knick

En búsqueda de una nueva temporada.


La segunda temporada de The Knick empieza mal. Tanto que casi da miedo, porque hace pensar que la burbuja se ha reventado y todos los logros que el trío creadores/director logró en la primera eran un espejismo. La carta que Lucy escribe para Thackery y que nos pone al día de todo lo que pasado entre temporadas o que el buen doctor sea sometido a una brutal sesión de desintoxicación que se resuelve en medio episodio son cosas que podríamos encontrar en una serie distinta y peor a este fascinante drama médico, que padecía casi todas las mejores alergias posibles, aquellas que apelaban a lo obvio, a lo fácil de seguir por el espectador y a lo explícitamente subrayado. Tardó el asunto un par de episodios en encarrilarse, pero The Knick volvió a ser su mejor versión antes de llegar al ecuador de la temporada, cuando los personajes actuaban en consecuencia con sus acciones y su lugar en la sociedad, y cuando la casi frenética energía que los ayuda a seguir hacia delante en la vida era lo que dominaba cada segundo de metraje, y ninguna cosa más. Aunque nunca superior a la primera tanda, para cuando termina esta temporada volvemos a estar de nuevo en el terreno de la calidad, del contenido de alto nivel.


Y es que Jack Amiel y Michael Begler han elegido, como buenos artistas comprometidos con la causa, el camino menos sencillo. La continuación de las tramas ha venido acompañada de una imprevisibilidad que nos ha cogido por sorpresa. El protagonismo de Henry Robertson, la vuelta de Abby a la vida de John o la evolución corrupta del personaje de Lucy eran difíciles de anticipar, pero habiéndolo visto ya todo, era la mejor opción para no encallarse. En lugar de aprovechar lo mucho que ya habían plantado en la temporada anterior, los guionistas confían en la máxima de sacar provecho de todo lo posible en una historia y usan estas diez entregas para avanzar no solo en el mundo de la medicina sino también en una sociedad en constante estado de cambio. The Knick usa con sabiduría el escenario de un hospital para hacer una crónica de mayor escala, y pasea su ingrávida cámara por bares, hogares, barrios, clubs y habitaciones de señores de negocios, estableciendo juegos con distintos grados de intimidad que demuestran que en el fondo todos están siempre aspirando a algo mejor.
Con su toque maestro para la coralidad, los responsables ponen a existir a su amplio grupo de personajes en medio de una Nueva York que recibe inmigrantes, enfermedades y avances científicos con el mismo grado de indiferencia. Tras las cámaras hay un equipo que ofrece lo mejor que tiene –esos decorados que respiran autenticidad– y que por eso son capaces de conjurar una magia que desprecia cualquier atisbo de falsedad en pos solo de lo más adecuado para cada situación y momento. Las escenas no se parecen ni tienen por qué, no hay nada de manso o formulaico en el desarrollo de las subtramas, y la opción elegida para ir poniendo los distintos colofones aquí o allí es la más consecuente, sea ésta buena o mala para nuestros personajes favoritos (que Everett Gallinger sea uno de los grandes triunfadores de la temporada es la mejor prueba de esto). No se ensalzan posturas ni hacen regalos a la audiencia, solo existe la voluntad de entretener y ahondar con talento e inventiva en ese corazón de las tinieblas que acaba constituyendo el mundo de este drama.


The Knick

«Ojalá veamos una tercera entrega de esta grandiosa creación, verdaderamente única en su especie, y que nos ha dejado clamando por más y más».


En esta temporada asistiremos a multitud de momentos memorables, una catarata de maravillas que siempre están ancladas en el aspecto médico de la historia pero que de ahí es capaz de despegar en muchas direcciones. El uso de anticonceptivos, las operaciones para encoger tumores, la búsqueda de una cura para la sífilis, los orígenes médicos de la adicción o la eugenesia como teoría. Todo esto y mucho más en unos capítulos que se pasan volando y cuyo ritmo hecho de decisiones temerarias se contagia a un espectador que no puede sino esperar el siguiente vuelco de la trama, enganchado a unos giros de guion nunca enfatizados en exceso. Es el trabajo de orfebre de gente con una seguridad en sí mismos digna de admiración. Y si puede que se caiga en alguna obviedad desde el libreto (esa idea repetida de que cada médico del hospital inventa algún método o procedimiento nuevo), la carencia queda más que suplida por la apuesta visual del grandioso Steven Soderbergh, recordemos director/cinematógrafo/operador de cámara/montador. El trabajo del oscarizado cineasta es una de las grandes bazas de la serie, y ayuda a engrandecer un material de partida ya bastante bueno, amén de su magnífica mano con los actores. Aunque por el propio peso de su nombre la estrella de The Knick es un Clive Owen brillante, ninguno de los miembros del elenco está menos que estupendo, ya que el director los filma de una manera única y particular, que se asegura tanto de que estén bien como de que la toma sea interesante.


Planos secuencia con coreografías de lo más trabajadas, movimientos de cámara cargados de intención dramática (esa conversación entre Barrow y Ping Wu con la cámara centrándose solo en el dinero que el último tiene en las manos) y una política de montaje que ahorra cualquier tipo de peso muerto son algunas de las mejores cosas que aporta Soderbergh desde su posición, además de haber traído a este ya de por sí interesante universo al músico Cliff Martínez, cuyo trabajo cuanto más anacrónico es más fascinante resulta (el momento cumbre de su partitura viene en el montaje paralelo del baile de parejas en plena fiesta para recaudar fondos a cámara lenta y Gallinger manipulando los botes de medicamento), lo que demuestra que la mejor combinación posible de elementos técnicos y artísticos distintos puede dar un Todo cohesionado que no tenga tacha, un momento de auténtica gloria audiovisual. 

The Knick es toda esta colección de escenas que van una detrás de otra con un férreo orden que marca el interés y que nunca es cuestionado por la audiencia. Ante ella estamos hipnotizados, el metraje nunca pesa y las diversas ocurrencias de sus personajes nos divierten y sorprenden a partes iguales. Sin dejar de ser serio, y sabiendo que lo tratado es grave, el humor negro de la serie (el homenaje a Alfred Hitchcock con bebida envenenada, el doctor que examina vaginas a través del olfato) permite que nos relajemos un poco ante el nivel de intensidad que llega a alcanzar lo contado. Y que tiene su cénit en la operación en primera persona que cierra la temporada, que cuesta ver sin apartar la vista y que demuestra, una vez más, que las mentes creativas tras esta historia no hacen concesión alguna. Respecto al final en sí, que cierra tramas y deja puertas abiertas, la continuidad de la serie es ahora mismo un interrogante, con Cinemax pidiendo a los creadores información sobre dónde podría ir la historia ahora y Steven Soderbergh anunciando planes ideales que como muy pronto nos devolverían el proyecto a la pantalla en 2017. Ojalá veamos una tercera entrega de esta grandiosa creación, verdaderamente única en su especie, y que nos ha dejado clamando por más y más.

lunes, 18 de enero de 2016

FARGO Reinventado (Series)


Cómo hacer un cóctel de tempo y superviviencia

crítica de Fargo | Segunda temporada.

«Humor, violencia y originalidad suicida. Un constante de ingenio y carisma, que solo se puede hacer desde la mayor de las seguridades».


Kirsten Dunst en Fargo 2
Esta es la historia de una tragedia americana. Una que aconteció en 1979, en un momento donde los hombres y las mujeres experimentaban cambios. Ellos volvían de la Guerra de Vietnam, y ellas querían una autonomía que era suya por derecho. Y en ese periodo ha decidido ambientar Noah Hawley la segunda temporada de Fargo, y la gran noticia, la que todos esperábamos, es que lo ha vuelto a hacer.
La temporada, que se puede ver como una gigantesca precuela de la primera, es estupenda. Un prodigio de estilo, humor, violencia y originalidad. Un alarde constante de ingenio y carisma, que solo se puede hacer desde la mayor de las seguridades pero también con un impulso algo suicida. Si su predecesora se inspiraba fundamentalmente del film homónimo de 1996, en esta ocasión el creador ha decidido canalizar el espíritu del cine de Joel & Ethan Coen en una trama que no solo sigue homenajeando la película Fargo, sino también Muerte entre las flores (Miller`s Crossing, 1990), El hombre que nunca estuvo allí (The Man Who Wasn`t There, 2001), No es país para viejos (No Country For Old Men, 2007) o Quemar después de leer (Burn After Reading, 2008), solo por decir los referentes más obvios. La trama nos lleva esta vez al desarrollo de la llamada Masacre de Sioux Falls, donde el enfrentamiento entre la familia Gerhardt y la mafia de Kansas City tuvo en su centro al peculiar matrimonio Bloomquist y a las apariciones de algunos objetos voladores no identificados, dejando un considerable reguero de cuerpos y manchas de sangre. En medio de todo y en el lado de la ley está la familia Solverson, nuestro nexo más directo con la primera temporada, y que por jurisdicción e instinto va a ser parte investigadora del caso. A Lou le da vida en su juventud un estupendo Patrick Wilson, nominado al Globo de Oro, y conoceremos a su esposa Betsy, madre de Molly y enferma de cáncer, y a su suegro Hank, de quién pudo haber aprendido sus estupendas dotes de policía.

El mayor mérito de Hawley y su equipo es el de crear vida y una historia factible cuando su construcción es tan artificial, cuando los referentes importan tanto a la hora de componer los episodios. Requiere un talento especial como narrador el hacer esto, y está claro que Hawley lo tiene, de ahí que todo tenga cabida en su Fargo (desde una narración omnisciente a cargo de Martin Freeman hasta una premonición certera de Betsy que se materializa para deleite de la audiencia fiel). Todo este artificio para hablar en realidad de temas eternos, de hombres y mujeres diseccionados hasta los sentimientos más elementales y de la idiosincrasia de un país y en concreto de una región que parece regirse por reglas muy particulares. 
La gran novedad de estas entregas es la apuesta por la coralidad de una historia que sucede en múltiples frentes, más o menos conectados pero tocados todos por el carisma de unos diálogos para enmarcar y unas interpretaciones sensacionales. Humor y gravedad que bailan con una facilidad pasmosa escena tras escena, en una operación donde no sobra nada y todos los elementos están bien usados. Y como ya ha pasado, existe algún que otro personaje que acaba destacando casi por méritos propios, al producirse la acertada simbiosis entre un gran intérprete y un material de altura. Si de la primera temporada es difícil olvidar a Lorne Malvo o Molly Solverson, aquí son Peggy Bloomquist o Mike Milligan los que dejan un mejor recuerdo, debido en gran parte al talento de la también nominada al Globo de Oro Kirsten Dunst –que está sensacional en un personaje nada fácil, que le pide actuar con cada célula de su ser– y de Bokeem Woodbine, en auténtico estado de gracia. Pero nadie desmerece en un desfile de criaturas algo tocadas que dejan una impresión, como mínimo, a recordar. También se puede apuntar, aunque sucede muy poco, que en ese querer cimentar el carisma se cae en la verbosidad más redundante, y pasamos de estar en el mundo de los Coen a estar, digamos, en una cinta de Quentin Tarantino. No es que sea algo malo de por sí, pero si sucede varias veces en un mismo episodio el espectador puede acabar más harto que encantado. Peccata minuta en realidad, pero arruina lo cerca que está la serie de la perfección.


Fargo, Season 2
Ted Danson en Fargo 2
Porque Fargo está tan bien ensamblada que no se puede despiezar, pues resulta de lo más complicado separar entre capítulos e historias porque todo se retrotrae y se referencia a sí mismo, en una progresiva escalada tocada por el fatalismo desde que se produce la primera muerte. El azar, el ego, la soberbia, el frío, el deseo o el amor son los elementos con los que sus responsables juegan para armar un puzle que depara grandes momentos unidos a profundas reflexiones sobre la existencia humana. Y jugar es la palabra clave para entender mejor esta ficción, ya que las expectativas creadas tienen tanta importancia como el resultado final. A Hawley le encanta regordearse en la anticipación, saborea las dilataciones de tiempos y acciones (todo el capítulo que acontece en la cabaña de los Bloomquist) y lo mejor es que cuando finalmente ejecuta lo que venía armando con mimo y paciencia, siempre está a la altura.

La imprevisibilidad es la gran baza de los responsables de Fargo (nominada de nuevo al Globo de Oro como Mejor serie limitada, tras ganar el año pasado), que con su talento de contadores de historias pueden meter en este sofisticado cajón de sastre que es la voz autoral de los hermanos Coen lo que quieran y producir algo muy especial. Esta operación tiene su componente de riesgo y hasta un punto de altivez, ya que ahí es nada calzarse esos legendarios zapatos y ponerse a andar en ellos durante una decena de episodios, pero lo que importa al fin y al cabo es ese resultado final, uno que merece (y mucho) la pena.

Lo contado aquí es una historia criminal que experimentan unos personajes marcados por diversas guerras, que rezuma humanidad (luminosa y tenebrosa) por los cuatro costados, y que se dice adiós con calibradas dosis de justicia (real y cósmica) que nos recuerdan que en el mundo sigue habiendo buenos y malos, que en el fondo lo que importa puede ser tan simple como el calor de un gesto para sobrellevar nuestra existencia.

Trailer Fargo