Cómo hacer un cóctel de tempo y superviviencia
crítica de Fargo | Segunda temporada.
«Humor, violencia y originalidad suicida. Un constante de ingenio y carisma, que solo se puede hacer desde la mayor de las seguridades».
Kirsten Dunst en Fargo 2 |
Esta es la historia de una tragedia
americana. Una que aconteció en 1979, en un momento donde los hombres y
las mujeres experimentaban cambios. Ellos volvían de la Guerra de
Vietnam, y ellas querían una autonomía que era suya por derecho. Y en
ese periodo ha decidido ambientar Noah Hawley la segunda temporada de Fargo,
y la gran noticia, la que todos esperábamos, es que lo ha vuelto a
hacer.
La temporada, que se puede ver como una gigantesca precuela de la
primera, es estupenda. Un prodigio de estilo, humor, violencia y
originalidad. Un alarde constante de ingenio y carisma, que solo se
puede hacer desde la mayor de las seguridades pero también con un
impulso algo suicida. Si su predecesora se inspiraba fundamentalmente
del film homónimo de 1996, en esta ocasión el creador ha decidido
canalizar el espíritu del cine de Joel & Ethan Coen en una trama que
no solo sigue homenajeando la película Fargo, sino también Muerte entre las flores (Miller`s Crossing, 1990), El hombre que nunca estuvo allí (The Man Who Wasn`t There, 2001), No es país para viejos (No Country For Old Men, 2007) o Quemar después de leer (Burn After Reading,
2008), solo por decir los referentes más obvios. La trama nos lleva
esta vez al desarrollo de la llamada Masacre de Sioux Falls, donde el
enfrentamiento entre la familia Gerhardt y la mafia de Kansas City tuvo
en su centro al peculiar matrimonio Bloomquist y a las apariciones de
algunos objetos voladores no identificados, dejando un considerable
reguero de cuerpos y manchas de sangre. En medio de todo y en el lado de
la ley está la familia Solverson, nuestro nexo más directo con la
primera temporada, y que por jurisdicción e instinto va a ser parte
investigadora del caso. A Lou le da vida en su juventud un estupendo
Patrick Wilson, nominado al Globo de Oro, y conoceremos a su esposa
Betsy, madre de Molly y enferma de cáncer, y a su suegro Hank, de quién
pudo haber aprendido sus estupendas dotes de policía.
El mayor mérito de Hawley y su equipo
es el de crear vida y una historia factible cuando su construcción es
tan artificial, cuando los referentes importan tanto a la hora de
componer los episodios. Requiere un talento especial como narrador el
hacer esto, y está claro que Hawley lo tiene, de ahí que todo tenga
cabida en su Fargo (desde una narración omnisciente a cargo de
Martin Freeman hasta una premonición certera de Betsy que se materializa
para deleite de la audiencia fiel). Todo este artificio para hablar en
realidad de temas eternos, de hombres y mujeres diseccionados hasta los
sentimientos más elementales y de la idiosincrasia de un país y en
concreto de una región que parece regirse por reglas muy particulares.
La gran novedad de estas entregas es la apuesta por la coralidad de una
historia que sucede en múltiples frentes, más o menos conectados pero
tocados todos por el carisma de unos diálogos para enmarcar y unas
interpretaciones sensacionales. Humor y gravedad que bailan con una
facilidad pasmosa escena tras escena, en una operación donde no sobra
nada y todos los elementos están bien usados. Y como ya ha pasado,
existe algún que otro personaje que acaba destacando casi por méritos
propios, al producirse la acertada simbiosis entre un gran intérprete y
un material de altura. Si de la primera temporada es difícil olvidar a
Lorne Malvo o Molly Solverson, aquí son Peggy Bloomquist o Mike Milligan
los que dejan un mejor recuerdo, debido en gran parte al talento de la
también nominada al Globo de Oro Kirsten Dunst –que está sensacional en
un personaje nada fácil, que le pide actuar con cada célula de su ser– y
de Bokeem Woodbine, en auténtico estado de gracia. Pero nadie desmerece
en un desfile de criaturas algo tocadas que dejan una impresión, como
mínimo, a recordar. También se puede apuntar, aunque sucede muy poco,
que en ese querer cimentar el carisma se cae en la verbosidad más
redundante, y pasamos de estar en el mundo de los Coen a estar, digamos,
en una cinta de Quentin Tarantino. No es que sea algo malo de por sí,
pero si sucede varias veces en un mismo episodio el espectador puede
acabar más harto que encantado. Peccata minuta en realidad, pero arruina lo cerca que está la serie de la perfección.
Ted Danson en Fargo 2 |
La imprevisibilidad es la gran baza de los responsables de Fargo (nominada de nuevo al Globo de Oro como Mejor serie limitada, tras ganar el año pasado), que con su talento de contadores de historias pueden meter en este sofisticado cajón de sastre que es la voz autoral de los hermanos Coen lo que quieran y producir algo muy especial. Esta operación tiene su componente de riesgo y hasta un punto de altivez, ya que ahí es nada calzarse esos legendarios zapatos y ponerse a andar en ellos durante una decena de episodios, pero lo que importa al fin y al cabo es ese resultado final, uno que merece (y mucho) la pena.
Lo contado aquí es una historia criminal que experimentan unos personajes marcados por diversas guerras, que rezuma humanidad (luminosa y tenebrosa) por los cuatro costados, y que se dice adiós con calibradas dosis de justicia (real y cósmica) que nos recuerdan que en el mundo sigue habiendo buenos y malos, que en el fondo lo que importa puede ser tan simple como el calor de un gesto para sobrellevar nuestra existencia.
Trailer Fargo
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