"El Cineasta y videoartista José Ramón Da Cruz presenta su última composición experimental, una pieza una pieza en seis cuadros y un epílogo, protagonizada por Rossy de Palma y titulada (Madre Quentina)"
Frente a la narrativa clásica, la obra se zambulle en la experiencia del instante presente para imaginar una metarrealidad.
Frente a la narrativa clásica, la obra se zambulle en la experiencia del instante presente para imaginar una metarrealidad.
Silvia Hernando
Infolibre 16/06/2014
Infolibre 16/06/2014
Rossy de Palma, en un fotograma de 'Madre Quentina'. |
Ella se erige en pie, tambaleante, a la cabeza de una manada de
rinocerontes. De plástico. Los
rinocerontes, no ella. Ella es real, tan real
como Rossy
de Palma.
Luego alguien taja un mejillón peludo
en dos con una cuchilla de
afeitar y pone las mitades sobre las orejas de
Humphrey Bogart. Y
de Nietzsche. Y ella mira. Mira por la cámara, y por los
ojos. Y ve a
Kennedy en aquel Lincoln que sería su tumba, y comprende la
geometría de la arquitectura. Solo va por el capítulo dos. Hay
hasta seis, más
un epilogo. Entre todos componen la última pieza
de videoarte de José Ramón da Cruz, Madre
Quentina, una
propuesta lírica y metarreal protagonizada por la musa
almodovariana que se estrenó este domingo en el Festival IVAHM,
un certamen centrado en la producción audiovisual experimental
celebrado en el centro de arte madrileño La Neomudéjar.
Proveniente
de la escena anarcopunk madrileña, miembro de
colectivos como el Grupo Tau (un
grupo de cine experimental que
él mismo creó) o movimientos como la vanguardia new wave / no
wave, el
creador (Tánger, 1961), llevaba años alejado del mundo
de videoarte. Los
últimos veinte los ha dedicado en buena parte a
la televisión, con programas
como Futuro, una
serie documental
científica emitida a principios de la década pasada en La 2 y
considerada de culto tanto dentro como fuera de España, así como
a la
realización de largometrajes como Xtrámboli oHistoria de una
foto. La
falta de apoyos públicos al videoarte y la llegada de las
televisiones privadas
en los noventa, “una
hecatombe para el
mundo audiovisual”, le hizo
cambiar del registro al que ahora ha
vuelto y que es para él la forma de expresión
“total”. “Monté mi
productora para poder hacer
cosas arriesgadas, no comerciales”
, explica. “Tengo una estricta necesidad
de contar las cosas de
una manera”.
Ese modo de hacer, aunque bebe de fuentes como el primer Bill
Viola, no sigue patrones ni estéticos
y ni conceptuales. “Lo que
me fascina es el
instante, el presente absoluto”. Por eso se ha
inspirado en ciertos personajes
concretos para dar vida a
su Madre Quentina: desde el
escritor homosexual
británico Quentin Crisp a Dzhojar Tsarnáev, el coautor de los
atentados de la maratón de Boston. Llegados de universos
completamente dispares, ambos personajes confluyen en esa idea
del ahora como
todopoderoso motor de la existencia. El literato,
con su falta de pudor a la
hora de presentarse tal y como es ante
un mundo retrógrado “se convierte él mismo en obra, en
figura”. El terrorista, porque en el momento en
que, huyendo de
la policía, termina escondiéndose en una barca en tierra (lo
que se
convierte a su vez en poderosa imagen) debió tener, según cree
Da Cruz,
un instante
absoluto de comprensión de sus actos y sus
consecuencias, sobrepasando así “la escala de lo humano”.
Mientras que la narrativa clásica “cuenta cosas que pasaron o que pasarán”, la
voluntad de Da Cruz se concentra en hablar de la vida en el mismo momento en
que esta despliega sus alas. “Lo importante no es lo verosímil, sino lo real”, abunda el cineasta. “El mainstream convierte
todo en una línea pequeña, en una plantilla”, mientras que, gracias a la
experimentación, las puertas de la innovación permanecen constantemente
abiertas. “En la narrativa sobre todo”, matiza él, “porque la innovación plástica
no tiene trascendencia”. De ahí que
tampoco quiera ver sus creaciones en los museos, de los que dice “son asilos de cosas muertas”. Mejor, sentarse ante sus vídeos en el ordenador, con los cascos puestos,
sumergido en una experiencia que quiere ser única. “La pantalla grande creo que
es una cosa pasada”.
Arte de fuera de este mundo
El videoarte, decía Da Cruz, es una forma de expresión total. A la narración y
las imágenes se superpone la música, un elemento clave para el que ha contado
en la producción de Madre
Quentina con la colaboración de Arturo Cardelús, un joven compositor madrileño (1981) graduado suma cum laude en la
prestigiosa escuela de música de Berklee, en Boston. De allí ha dado el salto a
Los Ángeles, donde crea melodías para películas y anuncios. De la meca de lo
comercial, pasar a trabajar con un creador libérrimo como Da Cruz, con quien
colaboró también en el largo de 2012 Tangernación es, aventura el músico, como “enfrentarse al abismo”. “En la composición de cine hay muchos lugares comunes, nunca tienes la
sensación de empezar de cero”, subraya. “Con José, cuando tienes que componer
música para unas imágenes en las que se pone un mejillón sobre la oreja de un
personaje… no tienes nada”.
Arturo Cardelús | ISABEL PERMUY |
Frente a ese potente cúmulo de imágenes que “lo ocupa todo”, el compositor –que
ha trabajado, por ejemplo, en la orquestación de la película The paperboy o en el terreno de la música clásica con solistas de la Filarmónica de
Berlín- ha preferido “no
ser invasivo, no competir,sino intentar
que las imágenes y la música conviviesen”. Para Madre Quentina, ha imaginado así tres tipos de paisajes sonoros, uno a base de electrónica, “más abstracto”, otro con piano, “más lírico, melancólico”, y el
otro “absurdo”, multiinstrumental, “porque en el vídeo hay mucho humor”. Arbelús, que llegó a la composición
desde el piano, asegura que “le encantaría” convertirse en músico de cabecera
de Da Cruz. “Es
un ser que vive en otro mundo”, remata. “Y
eso me gusta”.
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