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miércoles, 16 de julio de 2014

Madre (Quentina) no hay más que una


   "El Cineasta y videoartista José Ramón Da Cruz presenta su última composición experimental, una pieza una pieza en seis cuadros y un epílogo, protagonizada por Rossy de Palma y titulada (Madre Quentina)"

    Frente a la narrativa clásica, la obra se zambulle en la  experiencia del instante presente para imaginar una metarrealidad.
  
    Silvia  Hernando
    Infolibre 16/06/2014

Rossy de Palma, en un fotograma de 'Madre Quentina'.




Ella se erige en pie, tambaleante, a la cabeza de una manada de 

rinocerontes. De plástico. Los 

rinocerontes, no ella. Ella es real, tan real como Rossy de Palma

Luego alguien taja un mejillón peludo en dos con una cuchilla de 

afeitar y pone las mitades sobre las orejas de Humphrey Bogart. Y

 de Nietzsche. Y ella mira. Mira por la cámara, y por los ojos. Y ve a 

Kennedy en aquel Lincoln que sería su tumba, y comprende la

 geometría de la arquitectura. Solo va por el capítulo dos. Hay 

hasta seis, más un epilogo. Entre todos componen la última pieza 

de videoarte de José Ramón da Cruz, Madre Quentina, una
 
 propuesta lírica y metarreal protagonizada por la musa

 almodovariana que se estrenó este domingo en el Festival IVAHM,

 un certamen centrado en la producción audiovisual experimental 

 celebrado en el centro de arte madrileño La Neomudéjar. 


Proveniente de la escena anarcopunk madrileña, miembro de

 colectivos como el Grupo Tau (un grupo de cine experimental que

 él mismo creó) o movimientos como la vanguardia new wave / no

 wave, el creador (Tánger, 1961), llevaba años alejado del mundo

 de videoarte. Los últimos veinte los ha dedicado en buena parte a

 la televisión, con programas como Futuro, una serie documental

 científica emitida a principios de la década pasada en La 2 y 

considerada de culto tanto dentro como fuera de España, así como

 a la realización de largometrajes como Xtrámboli oHistoria de una

 foto. La falta de apoyos públicos al videoarte y la llegada de las

 televisiones privadas en los noventa, “una hecatombe para el

 mundo audiovisual”, le hizo cambiar del registro al que ahora ha

 vuelto y que es para él la forma de expresión “total”. “Monté mi

 productora para poder hacer cosas arriesgadas, no comerciales”

, explica. “Tengo una estricta necesidad de contar las cosas de

 una manera”.


Ese modo de hacer, aunque bebe de fuentes como el primer Bill

 Viola, no sigue patrones ni estéticos y ni conceptuales. “Lo que

 me fascina es el instante, el presente absoluto”. Por eso se ha

 inspirado en ciertos personajes concretos para dar vida a

 su Madre Quentina: desde el escritor homosexual

 británico Quentin Crisp a Dzhojar Tsarnáev, el coautor de los

 atentados de la maratón de Boston. Llegados de universos

 completamente dispares, ambos personajes confluyen en esa idea

 del ahora como todopoderoso motor de la existencia. El literato,

 con su falta de pudor a la hora de presentarse tal y como es ante

 un mundo retrógrado “se convierte él mismo en obra, en

 figura”. El terrorista, porque en el momento en que, huyendo de

 la policía, termina escondiéndose en una barca en tierra (lo que se

 convierte a su vez en poderosa imagen) debió tener, según cree

 Da Cruz, un instante absoluto de comprensión de sus actos y sus

 consecuencias, sobrepasando así “la escala de lo humano”. 

 
José Ramón da Cruz, a la izquierda, junto a Ángel Quirós, director de producción. 

Mientras que la narrativa clásica “cuenta cosas que pasaron o que pasarán”, la voluntad de Da Cruz se concentra en hablar de la vida en el mismo momento en que esta despliega sus alas. “Lo importante no es lo verosímil, sino lo real”, abunda el cineasta. “El mainstream convierte todo en una línea pequeña, en una plantilla”, mientras que, gracias a la experimentación, las puertas de la innovación permanecen constantemente abiertas. “En la narrativa sobre todo”, matiza él, “porque la innovación plástica no tiene trascendencia”. De ahí que tampoco quiera ver sus creaciones en los museos, de los que dice “son asilos de cosas muertas”. Mejor, sentarse ante sus vídeos en el ordenador, con los cascos puestos, sumergido en una experiencia que quiere ser única. “La pantalla grande creo que es una cosa pasada”. 


Arte de fuera de este mundo
El videoarte, decía Da Cruz, es una forma de expresión total. A la narración y las imágenes se superpone la música, un elemento clave para el que ha contado en la producción de Madre Quentina con la colaboración de Arturo Cardelús, un joven compositor madrileño (1981) graduado suma cum laude en la prestigiosa escuela de música de Berklee, en Boston. De allí ha dado el salto a Los Ángeles, donde crea melodías para películas y anuncios. De la meca de lo comercial, pasar a trabajar con un creador libérrimo como Da Cruz, con quien colaboró también en el largo de 2012 Tangernación es, aventura el músico, como “enfrentarse al abismo”. “En la composición de cine hay muchos lugares comunes, nunca tienes la sensación de empezar de cero”, subraya. “Con José, cuando tienes que componer música para unas imágenes en las que se pone un mejillón sobre la oreja de un personaje… no tienes nada”.
Arturo Cardelús | ISABEL PERMUY

Frente a ese potente cúmulo de imágenes que “lo ocupa todo”, el compositor –que ha trabajado, por ejemplo, en la orquestación de la película The paperboy o en el terreno de la música clásica con solistas de la Filarmónica de Berlín- ha preferido “no ser invasivo, no competir,sino intentar que las imágenes y la música conviviesen”. Para Madre Quentina, ha imaginado así tres tipos de paisajes sonoros, uno a base de electrónica, “más abstracto”, otro con piano, “más lírico, melancólico”, y el otro “absurdo”, multiinstrumental, “porque en el vídeo hay mucho humor”. Arbelús, que llegó a la composición desde el piano, asegura que “le encantaría” convertirse en músico de cabecera de Da Cruz. “Es un ser que vive en otro mundo”, remata. “Y eso me gusta”.

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