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lunes, 15 de diciembre de 2014

Un buen día para los Goya



Estatuilla del premio Goya. / joan sánchez


Los premios Goya recuperan en su próxima edición su día habitual de entrega, el sábado, así que la XXIX gala se celebrará el 7 de febrero y no el 8, como hasta este mediodía tenía previsto la Academia del Cine. La fecha suele ponerla TVE, cadena que retransmite la ceremonia. Hoy, en su web, la Academia anuncia el traslado y espera que así "más espectadores puedan compartir el éxito que ha logrado este año el cine español".
El actor y monologuista Dani Rovira, protagonista del taquillazo Ocho apellidos vascos, presentará la gala que, bajo la dirección de Juan Luis Iborra y la producción ejecutiva de Emiliano Otegui, emitirá la 1 de TVE. Rovira, monologuista de fuelle que ha logrado la fama con la película de Emilio Martínez-Lázaro, releva a Manel Fuentes, que el año pasado ni estuvo suelto ni convenció a los académicos -según fuentes de la institución quedaron "desilusionados"- ni al público: la vieron 3.567.000 telespectadores, el 19,8% de la cuota de pantalla, la emisión con peores números desde 2009 en número de espectadores y desde 2008 en cuota.
La primera ronda de votaciones para las candidaturas tendrá lugar entre el 4 y el 29 de diciembre, en torno al 7 de enero se anunciarán los finalistas, y la votación definitiva de los académicos se producirá entre el 9 y el 29 de enero. El Goya de Honor será este año para Antonio Banderas y se convertirá con 54 años en el cineasta más joven que recibe ese galardón.

martes, 2 de diciembre de 2014

José Ramón Da Cruz, a propósito de Quentina.



Madre Quentina es un ejercicio de métrica, que es lo que me obsesiona formalmente desde hace bastante tiempo. Es un desarrollo métrico sobre un tríptico emocional, de pulsiones, con un pretexto que es el pudor. El pudor desde el punto de vista de lo indecoroso, lo sospechoso y lo agresivo. Me valgo de 3 personajes y medio para exponer con una idea de ópera de cámara una representación de la fascinación del raro y lo raro. Pero luego y sobre la pantalla son tres historias cruzadas: una abstracta, una absurda y otra realísima. Las tres tienen el mismo hilo contemplativo.



Rossy de Palma 
La fuerza plástica de la foto origen de Quentin Crisp necesitaba una representación a la altura. Sobre todo porque el personaje de Quentina era una caricatura, con sus exageraciones de caricatura pero en una línea clara como la foto y como el espacio teatral que quería componer. De hecho a Rossy sólo le sugerí ver y verse en el Deafman Glance de Bob Wilson, donde estaba la pared teatral y los tempos interpretativos.



Videoarte o Cine Experimental

Es un debate desde que Nam Jun Paik se montó en el taxi de Nueva York persiguiendo al Papa. Me parece un debate absurdo, sobre todo cuando es mutilante, cuando se utiliza para impedir… MadreQuentina está en un terreno indefinido, pero es que no estoy dispuesto a aceptar esas definiciones. Son definiciones marcadas por la evolución de la tecnología y los intereses de cada sector, tanto en el vídeo de creación como en el cine experimental encontramos los mismos experimentos, intenciones y lugares de exposición, es una pelea superflua, un poco idiota y muy gastada. Se trata de crear y producir composiciones audiovisuales. Sólo entiendo los géneros a partir de las intenciones y sí, los estilos, esto es lo importante. 
 
José Ramón Da Cruz

Un cuarto de siglo después.

Dejé mis creaciones personales en 1990 con Armstrong. Es decir antes de cumplir los 30 años. En ese tiempo se había acumulado una pequeña gran historia que viene a ser la de los ochenta, aunque yo no me sienta demasiado identificado, quizás porque está demasiado asociada a la música y al pop-cine de Almodóvar. En aquellos años, nosotros –ingenuos- trazábamos un paralelismo entre lo que ocurría en España y lo que ocurría en Francia o Inglaterra respecto al “arte de la imagen”. Es decir creíamos que había una proto-industria audiovisual marcada por la revolución tecnológica que incluía desde el incipiente videoclip hasta las televisiones privadas que se anunciaban y que esa industria contaría con los videoartista, tal y como pasaba en el resto de Europa. No fue así, la industria videomusical fue un disparate colosal donde las casas discográficas y los mismos músicos demostraron una falta de conocimiento y ambición sobrecogedora, literalmente. La televisión privada era un espantajo: cuando no era Luis Ángel de la Viuda haciendo radio con cámaras eran las tremendas mamachicho, y el Canal + bastante tenía con colocar a todos los hijos de consejeros de PRISA que se traían un máster de Nueva York y que eran legión. Honestamente, ni los videoclips ni la televisión convencional eran algo que nos fascinara, lo que interesaba era poder producir con más medios y aprovechar la liberación de los lenguajes en ese momento para trabajar con mucha más libertad. Personalmente hubo una conversación que fue determinante. Para hacer Armstrong (1990) buscamos no financiación –eso era una quimera- sino la cesión de equipos, que también era una postura muy europea. Buscamos en el sector público y en el privado. Había un centro cultural municipal en San Blas (el Antonio Machado) que tenía una cámara betacam (creo) y fuimos (fue Buda como productor) a solicitar la cámara a cambio de dar unas clases o algún servicio parecido. La respuesta del responsable fue negativa, argumentaba el hombre que si nos la cedía a nosotros tendría que cedérsela a todo el mundo. Bien, siendo un centro cultural público cedérsela a todo el mundo no era una cosa descabellada sino casi exigible, pero básicamente era una patadita en el ego de cualquiera. El Reina Sofía se había inaugurado cuatro años antes con dos vídeo-creaciones mías expuestas, había sido premiado en las dos ediciones del Festival de Madrid, en la Biennal de Barcelona, la Muestra de Arte Actual… Había realizado el primer videoarte de la historia del Círculo de Bellas Artes, había presentado mi último vídeo en el Palacio de Cristal del Retiro, había sido programado en aquel entonces en más de veinte países… En poco más de cinco años, y todo eso era insuficiente o insignificante para el buen funcionario de San Blas al que no cabe reprocharle más que su ignorancia, porque como postura era general en la administración cultural. Al final fue K-2000 quien nos cedió los equipos de grabación y montaje, pero aquel funcionario nos había dado algo, nos había dado una buena idea de futuro, una idea transparente. Eran –además- los tiempos en los que la facción plastidecor del videoarte se había hecho con los museos, y la televisión abominaba del videoarte. Por si eso fuera poca cosa al Instituto de Cine y Artes Audiovisuales lo de artes audiovisual debía parecerle el circuito cerrado del vigilante jurado de la entrada porque al vídeo de creación no lo reconoció nunca (ni hoy). Es decir éramos un exclave: cine para el arte, arte (pero no audiovisual) para el cine. Estábamos en un apartheid inconsciente y seguíamos viendo naves ardiendo más allá de Nam Jun Paik. Era muy cansino tener que producir suplicando ayudas y los alquileres de las cintas ya no llegaban como antes. Agotador. Así que decidí como otros muchos una retirada hacia otros terrenos no mejores pero más claros, era algo biológico. Durante mucho tiempo creí que era yo el que me había alejado de aquellos territorios, ahora no estoy tan seguro. Es verdad que todo era muy incómodo. Recuerdo una edición de ARCO, donde como La Confusión Española tuvimos un stand durante unos años, en la que se corrió la voz de que la NHK japonesa (que eran los chinos de entonces) venía a captar talento español. Todavía me parece ver las manadas de los incipientes ñus del videoarte correr desorientados como una carga de mamelucos al grito de ¡dadme producción que soy el nuevo Picasso! Era muy patético todo y había mucha mala fe, lo que hizo que el embrionario periodismo especializado desapareciese y que tras los creadores fueran los promotores de todo aquel movimiento los que se fueran dispersando. Ese espacio fue ocupándolo una tercera generación entrada ya en años y que proponía una vuelta al gusto holandés.

Durante un tiempo se apagó todo y yo creí que fui yo. Me alejé de los fundamentalistas que iban copando los comisariados (los Arteleku, los catalanes y sus muestras sobre los catalanes y más catalanes…) sencillamente porque sus propuestas me parecían reaccionarias y no encontré la libertad creativa que necesitaba. Me fui imbuyendo en la nada madrileña que seguía apostando por el cine-cine contra la teoría del tronco común, y en el espectáculo de la segregación positiva de la cultura autonomista que hacía que gallegos, catalanes, vascos o almerienses pudieran producir sin mayor problemas, o con menos problemas. Daba un poco igual.

El tiempo del apagón fue largo, ya lo he contando en La Zona Apagada, no quiero repetirme pero veo que lo voy a hacer. Ya en el milenio fui junto a Pedro Costa a una conferencia sobre el videoarte español en el que Marisa González pasaba la bayeta a la historia del videoarte español y como Trosky en el primer estalinismo desaparecían algunas figuras mientras engordaban otras, las que de alguna forma había colaborado con el ultramuseísmo. Aquella conferencia en el Reina Sofía fue un factor hasta cierto punto sorprendente, no era la única que redefinía la historia, que cortapegaban y utilizaban ardides como la desmemoria y el ninguneo, muy del modelo holandés. Lo que ocurre es que también aquello me hizo ver que mi “carrera artística” (denominación que siempre me pareció aborrecible) era mía hasta la exclusividad, como la otros millones más.
Ahora estoy en la cincuentena y la madurez me sienta bien. He preferido ceder la mitad de mi vida para crear en la otra mitad un estado libérrimo porque de otra forma no podría soportarlo. No soporto la falta de independencia, no solo me impide crear, es que me impide respirar. Tengo amigos, muy amigos y no tan amigos que juraría que admiran mis obras pero que no pondrían ni un euro que les sobrara en una producción mía. Les entiendo casi hasta el aplauso, no sé si yo lo haría, el que caso es que lo hago porque no puede ser de otra forma, me cuesta tanto explicar lo que quiero contar que creo que no debo contarlo, tengo que trabajar casi en éxtasis y eso es una tortura para cualquier productor que no sea yo mismo. Afortunadamente los amigos que no pondrían un euro son capaces de trabajar conmigo gratis o por poco dinero y me entienden. Pero todo esto ha sido fundamento y clave para volver a creer en el crear. Como debe ser. Durante tres décadas he creado constantemente, en algunos casos con una enorme libertad, pero no con la libertad de hacer lo que yo solo comprendo y explico porque no puedo explicarlo, porque es un proceso creativo como creo que tiene que ser: un auténtico proceso en tiempo, longitud y variables, sin otras servidumbres.

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